Como tantas cosas en la vida todo
empezó por la codicia. La codicia de los romanos que se sintieron atraídos por las riquezas de lo que se
llamaría la provincia de Mauritania Tingitana.
En su avance hacia el sur, en lo
que sería el límite de su imperio, descubrieron un rico valle conformado por el
lecho de un río y, con su visión estratégica, decidieron construir una
ciudadela en la colina que dominaba el fértil valle del río. Al río le llamaron
Sala y al emplazamiento Sala Colonia. Hoy esta ciudadela es conocida como la Chellah.
Disfruta de su ubicación y de sus
espectaculares murallas desde la distancia. Luego deja volar tu imaginación
sobre lo que debe haber en su interior porque si entras solo encontrarás unas
ruinas bastante abandonadas, muchos nidos de cigüeñas y el inevitable estanque al que lanzar una
moneda para asegurarte que volverás.
La caída del imperio romano trajo
la decadencia a este emplazamiento en el que solo consta la instalación de
algunas tribus bereberes. Hacia el siglo X, estas tribus fundaron la ciudad de
Salé en el margen derecho de la desembocadura del rio que hoy se llama el
Bouregreg.
En el siglo XI vinieron los
almorávides desde el sur y, para preparar la toma de Salé, construyeron una
pequeña fortaleza sobre los peñones rocosos de la margen izquierda de la
desembocadura. La fortaleza hizo su trabajo y les permitió conquistar aquella
ciudad en el 1.068.
Para proteger las embarcaciones
que participaban en la conquista de la Andalucía y del norte del Magreb, a
principios del siglo XII en el año 1.150, la nueva dinastía de los almohades
amplió la fortaleza dándole la configuración de una pequeña ciudad. Es lo que
hoy conocemos como Kasbah de los Oudayas.
La visita a los Oudayas es
obligada. La panorámica desde el lugar habilitado como aparcamiento es
espectacular. Verás a la izquierda el cementerio cayendo sobre el mar, un poco
más allá el faro que construyeron los franceses y que hace años dejó de
funcionar, la playa de Rabat a los pies y el inmenso océano como telón de fondo.
En la misma entrada podrás ver, a
la izquierda, la puerta de los Oudayas y, si tienes suerte, alguna exposición
en la sala a la que da acceso. Disfruta de la puerta porque vale la pena.
La Kasbah es un pequeño barrio
aislado del resto de la ciudad. El paseo por sus estrechas calles te trasladará
a algunos siglos atrás, los colores azules te recordará a algunos pueblos
andaluces, descubrirás cada vez que la visites rincones mágicos y con encanto y
al final, inevitablemente, te sentarás
en el café Mauro a tomar un té a la menta y comer un cuerno de gacela mientras
te recreas contemplando el paisaje. A la salida, mostrando el refinamiento de
aquella época, atravesarás el jardín andaluz lleno de colorido, aspirarás sus
fragancias, verás sus naranjos y algún
que otro gato.
El conjunto de la fortaleza y sus
alrededores que inicialmente se llamó Ribat-Salé, más tarde pasó a denominarse Ribat
–Al Fath o fortaleza de la victoria en homenaje a sus conquistas.
Entre los herederos del imperio
almohade que se extendía desde Castilla hasta Trípoli merece ser recordado Yacoub El Mansour quien construyó las primeras
murallas de la ciudad y nos ha legado la Tour Hassan. La Tour Hassan es a Rabat
lo que la torre Eiffel a Paris, la Estatua de la Libertad a Nueva York o la
Sagrada Familia a Barcelona. Es el símbolo de Rabat.
Siempre que tengas invitados
deberás llevarlos a visitarla. Aprovecha las primeras horas de la mañana para
hacerlo porque la luz hace fascinantes sus colores ocres.
Te repetirán muchas veces que es
hermana de la Giralda de Sevilla y de la Koutubia de Marraquech, que son de la
misma época y del mismo estilo, todas ellas símbolo de la grandeza almohade.
Yacoub Al Mansour, al final de su
reinado, se propuso construir la mayor mezquita del mundo musulmán con
capacidad para 40.000 fieles con la idea
de que su ejército pudiera rezar en ella. Su muerte, acaecida en 1.199, hizo que se suspendieran las obras a
pesar de que la estructura principal de la mezquita estaba bastante avanzada. En
1.755 se produjo un importante terremoto que destruyó, al igual que la ciudad
de Lisboa, gran parte de la metrópoli y de la mezquita de la que solo se salvaron el minarete y las bases de
las columnas que es lo que hoy podemos
visitar. Hay que agradecer el acierto de no quererla terminar y respetar su
historia con todo lo que supone.
La torre tiene 44 metros de
altura en lugar de los 80 que estaban previstos y en su interior se mantiene una rampa por la que subían las
mulas para facilitar la construcción y que estuvo abierta al público durante
muchos años, pero la irresistible atracción al salto al vacío de algunos
visitantes musulmanes motivó su cierre.
Enfrente y construido en el lugar
donde el Rey Mohamed V dirigió la primera oración del viernes después de la
independencia, encontrarás el Mausoleo.
La obra se inició en el año
1.961, cuenta con todos los elementos tradicionales de la artesanía marroquí y está coronada por un tejado de
tejas verdes que es el color del islam y de la dinastía alauita. En su interior podemos encontrar
en el centro la tumba donde descansan los restos del Rey Mohamed V y a los
lados la del rey Hassan II y su hermano el Príncipe Abdallah.
Con indisimulado orgullo te
recordarán que en los funerales de Hassan II, Juan Carlos, el Rey de España no pudo
contener las lágrimas. La imagen está gravada en la memoria colectiva de los
marroquíes y ha sido la mayor aportación a las relaciones de amistad entre
España y Marruecos. Los marroquíes son muy sensibles y dan mucha importancia a
los gestos.
El mejor momento para visitar el
Mausoleo es por la tarde y a la caída del sol. Hazlo y descubrirás el por qué.
La vida de las ciudades, al igual
que la de las personas tiene épocas buenas y épocas malas. En lo que ya se
conocía como Ar-Ribat o Rabat, después del los almohades le siguió una época
mala, de decadencia o gris que durará hasta el año 1.610 en que llega una
oleada de musulmanes expulsados de España que aumentará de forma definitiva la
población. Los descendientes de aquellos moriscos siguen siendo conocidos como
rabatis.
La ciudad renacerá con fuerza en
el año 1.912 con su designación como capital del reino. La instalación del
Sultán con su corte en el Palacio Real y la decidida apuesta del protectorado
francés por Rabat supondrán un nuevo y definitivo impulso.
Será el Mariscal Lyautey, con su
fuerte personalidad, fina sensibilidad y especial acierto, quien creará las
bases del Rabat que hoy conocemos.
Lautey, que fue Residente General
en Marruecos hasta el año 1.923 y luego se retiró a su Francia natal, dejó
escrito que quería ser enterrado en Rabat y así
fue. Pero si buscas su panteón no lo
encontrarás. En 1961, por orden del general De Gaulle, sus restos fueron
trasladados al Hospital des Invalides en París para evitar que fueran
profanados. Una lástima.
Rabat ha sido declarado
patrimonio de la humanidad por la UNESCO en el año 2012, coincidiendo con el
centenario de su capitalidad. Una decisión acertada. Pero con el tiempo
comprobarás que los atractivos de Rabat no están en sus grandes monumentos, están
en las cotidianidades que descubrirás caminando por sus calles.