Uno
de los mayores atractivos de Rabat es Salé, la ciudad hermana que se encuentra
al otro lado del rio Bouregreg.
Es
una de las ciudades más antiguas de Marruecos que empezó como una factoría en
la época de los romanos, aparece reconocida como ciudad en el siglo X, llegó a
ser una república independiente famosa por sus corsarios y quedó muy afectada
en el año 1775, por el terremoto de Lisboa que ocasionó un tsunami que dejó
inhabilitado el puerto que había dentro de las murallas. Hubo una época en que
Rabat era conocida como Salé la Nueva.
Su
atractivo viene de su condición de ciudad aislada fuera de las vías de
comunicación tradicionales que la rodeaban pero nunca entraron en su
perímetro. Para ir a Sale desde Rabat
había que cruzar el rio en barca hasta 1957 en que se construyó el primer
puente. Los extranjeros no podían instalarse a vivir allí hasta 1.917, los sultanes que visitaban
Rabat nunca pernoctaron en la ciudad y los franceses se olvidaron de Salé en su
protectorado.
Este
letargo ha conformado una población impermeable a la modernidad, mucho más
conservadora que su vecina Rabat, con una vida más austera y espiritual y que
mantiene las tradiciones y el estilo de vida del Marruecos profundo. Y todo
ello al lado de Rabat.
En
Salé no encontrarás alcohol, a ellos les verás fumar kif en los cafés, solo
hablan en árabe y no hay vida nocturna. Todo un hallazgo.
Te
dirán que es territorio islámico, que ellos llevan barba, que es inseguro y que
no vayas. Todo esto aumentará tu curiosidad.
Deberás
entrar por Bab el Sebta, que es la puerta que hay hacia la mitad de la muralla en
el lado opuesto a Rabat, en el lado norte que mira hacia Kenitra. El acceso
está lleno de puestos de verduras y frutas expuestos de cualquier manera. La
calle se llama Der Bab Sebta y es como si retrocedieras cien años. Parece un
parque temático en el que se hubiese querido reconstruir la vida del viejo
Marruecos. Los pollos están vivos, tú lo eliges, te lo pesan, te lo degüellan
allí, lo colocan boca abajo en un recipiente hasta que deja de mover las patas
que quiere decir que se ha desangrado, te lo despluman y te lo llevas. En carretillas a mano llevan el pescado
fresco a las pescaderías y hay que venderlo hoy porque no hay frigoríficos ni
congeladores. La carne cuelga de unos ganchos y el cliente elige la parte y el
peso. Por cierto tobas las balanzas son romanas y con pesas, no ha llegado la
electrónica y las luces son una bombilla que cuelga de un cable desviado de
cualquier tendido eléctrico, podrás encontrar locales con carbón para la cocina como los de antes y el
café te lo molerán a mano.
Y
como no hay turistas no hay regateo en los precios. Son los que son y
extremadamente bajos, porque son sus precios.
Es
un festival de olores y colores que te gustaría fotografiar pero que no lo
harás porque no te parecerá correcto, sería una invasión de su intimidad.
Al
final de la calle encontrarás joyerías en el que las piezas se venden a peso
porque el trabajo de orfebrería no se valora. Y la zona de ropa se limita a
chilabas para ellos que han elaborado en Salé,
kaftanes para ellas que también se han elaborado en Salé y babuchas para
todos que se hacen allí. Están
apareciendo puestos de ropa usada que cuesta pensar quien la puede comprar. Y
si buscas hasta podrás encontrar algún herrero que forja las piezas al rojo
vivo golpeándolas con un martillo como en la antigüedad.
Al
salir de la medina se recomienda seguir hasta el atlántico para ir a comer
fritura de pescado en los pocos restaurantes que hay frente al mar. La fritura
es buena aunque tienen algún inconveniente como es el que solo hablan árabe, no
hay cubiertos, no hay vasos y no hay servilletas. El ambiente local y los
precios te compensarán de los inconvenientes.
Es
verdad que hay una importante Medrasa para visitar , la gran mezquita en la que
no podrás entrar, dos cúpulas piramidales de tejas verdes donde está enterrado
el santo patrón de Salé y una prisión portuguesa frente al mar en la que se ha
rodado alguna película. Pero a Salé no has ido a visitar monumentos, has
ido a sumergirte en el ambiente y las costumbres de la vieja ciudad.
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