Oirás
hablar y poco a poco te irás familiarizando con la expresión que hace
referencia a “la excepción marroquí”. Viene a decir “somos diferentes”,
“tenemos nuestra propia identidad y nuestro propio camino” y apela al
sentimiento nacionalista y al patriotismo. Esto siempre funciona.
Hassan
II fue el primero en utilizar esta expresión con motivo de la revolución en
Irán y el acceso al poder de los Ayatolas. Su idea era la de tranquilizar
a Occidente y trasladar la imagen de que
Marruecos era otra cosa, un país estable
con una monarquía estable, en el
que no cabía el integrismo religioso.
La
excepción marroquí es una frase feliz de comunicación política, tiene un
evidente interés propagandístico, presenta
una carga positiva, siempre está referida a los países de su entorno
musulmán y va dirigida a los amigos de occidente.
Después
fue especialmente utilizada con motivo de los atentados del 11 de septiembre
del 2001 para poner de manifiesto el carácter moderado y pacifico de la
religión así como la ausencia de extremismos en el seno de la sociedad
marroquí. Lástima que los atentados en Casablanca del 16 de mayo de 2003, que
sorprendieron a todos, dejase en entredicho la tan aireada excepción marroquí.
Vuelve
a aparecer con la primavera árabe. En un
entorno de revoluciones y contra revoluciones en la región que afectan a Túnez,
Libia, Egipto, Siria y Yemen, la excepción marroquí hace referencia a una
monarquía estable y popular, comprometida con las reformas políticas y sociales
y con un sistema de partidos que le otorga legitimidad.
En
Europa, en EEUU y en ambientes empresariales gustan de hablar de la excepción
marroquí.
Dicen
que descansa en tres pilares: un régimen monárquico consolidado desde hace
siglos, una población multiétnica y variada pero uniforme en lo religioso y una
geografía que le sitúa en el extremo del mundo musulmán pero que es a la vez un
cruce de civilizaciones.
Desde
el punto de vista geográfico es verdad que está en el confín del mundo islámico
por donde se pone el sol, que después solo hay el inmenso océano, que es el
puente entre dos continentes, que es la puerta de África y que el duro desierto
en sus límites le imprime un carácter especial.
Desde
el punto de vista de la población es verdad que es un mosaico de tribus
con bereberes y árabes por la que han
pasado los romanos, los cartagineses,
los portugueses, los españoles y los franceses. Y desde el punto de vista
religioso, aunque oirás hablar de la pacífica convivencia de cristianos, judíos
y musulmanes, la verdad es que el islam es hegemónico y se ha consolidado como
su principal seña de identidad probablemente por ser la frontera con España y
con su cristianismo radical que ha marcado gran parte de su historia.
Desde
el punto de vista de la monarquía conviene no olvidar que es la más antigua del
mundo árabe-musulmán, que viene del
siglo VIII con Moulay Idriss cuya legitimidad proviene de su ascendencia
cherifiana, es decir, descendientes del profeta. Que tanto la dinastía
almorávide como la almohade descansan en una profunda impronta religiosa y que
los alauitas, que reinan actualmente, también descienden del profeta. Aquí hay que recordar que el poderoso imperio
otomano que se extendía en su mayor esplendor desde Estambul hasta Alger nunca
llegó a gobernar en Marruecos, lo que permitió la consolidación de una fuerte
identidad nacional marroquí por oposición a los turcos.
También
hay que valorar que el protectorado francés, bajo la impronta especialmente
sensible y culta del mariscal Lyautey, supo mantener la monarquía con sus
tradiciones hasta el punto de ser el único país francófono que al ganar la
independencia, lo hace como reino con su soberano Mohamed V legitimado por su
compromiso con el movimiento independentista que le costó el exilio primero en
Córcega y después en Madagascar. Nada que ver con Argelia, Túnez, Libia o
Mauritania ni con los tradicionales valores de la revolución francesa.
Marruecos es otra cosa.
Y
por último está el Markhzen, una especificidad más de Marruecos. Es la
administración del sultán, el gobierno en la sombra. Literalmente quiere decir
granero o almacén y era donde las tribus depositaban sus impuestos o recolectas
para financiar el gobierno del sultán. Está conformado por la élite del país,
formada en el extranjero, especialmente capacitada y es quien toma las grandes
decisiones. De forma discreta pero hábil, sutil y eficaz dirige el país. No se
ve pero se siente, no se oye pero se nota. Sabes que está, que te protege y que
se preocupa por el futuro de todos. Hay quien dice que todos somos o formamos
parte del Markhzen.
Como
dicen los especialistas todos los países tienen sus excepciones y sus
particularidades pero es cierto que en Marruecos han hecho todo un mito de sus
diferencias y singularidades.
También
hay quien al oír hablar de la excepción marroquí sonríe y te dice que la
verdadera excepción es las altas tasas de analfabetismo, el desastroso estado
de la sanidad pública y la corrupción generalizada en los diversos niveles de
la administración. Pero ya se sabe que cada cual ve las cosas a su manera.
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