Si vas a vivir a Marruecos tendrás que ir a Merzouga. Es igual que te
apetezca o no. Si no vas no se creerán que hayas vivido en Marruecos o te
tomarán por alguien raro.
Merzouga para los que van a vivir
a Marruecos es el desierto.
Te recomiendan ir en primavera o
en octubre. Aunque cada vez hay más europeos que van a pasar el fin de año por
lo de sitios exóticos o para poderlo explicar porque es verdad que pasar el fin
de año en el desierto debe tener su magia.
Si el punto de partida es Rabat,
deberás tomar la carretera hacia Fés. Si vas en primavera lo primero que te
sorprenderá es ver a pié de carretera unas pirámides de bolas irregulares
cubiertas de tierra. Si paras y preguntas te dirán que son trufas y que cuestan
20 euros el kilo. Si las compras, cosa que no podrás evitar, cuando llegues a
casa comprobarás que no son exactamente como tú las imaginas pero a este precio
no hay sorpresas. De ti dependerá sacarles más o menos partido, pero aviso,
cuesta encontrarles el sabor esperado.
Siguiendo el camino pasarás por
Azrou, la capital del cedro. Poco que ver a menos que quieras hacer excursiones
a pié para ver los frondosos bosques.
Para comer procura parar en
Zaida. Recuerda a aquellos sitios que había en España antes de construir las
autopistas y en los que todo el mundo paraba a comer. El pueblo no tiene nada
más que una inmensa retahíla de puestos a uno y otro lado de la carretera con
los corderos colgados y al lado, rudimentarios restaurantes con brasas para
prepararlos. Tú eliges la parte y ellos te la prepararán a su punto que siempre
es más bien hecho que crudo. Detenerse
en Zaida para comer es una tradición que
no deberías saltarte.
Llegarás a Midelt, famosa por sus
manzanas, por la amabilidad de sus gentes y por estar rodeada de altas montañas
en pleno Atlas. Te explicarán que nieva en invierno, que hace mucho frío, que
todos tienen reuma y artrosis y que van a Merzouga a hacer baños de arena en
verano, que es lo único que les alivia.
Al bajar hacia el desierto
pasarás por Er-Rashidia donde lo más importante es el nombre y la arquitectura.
Sobre el nombre te explicarán que hace muchos años, los peregrinos de la región
que iban a La Meca eran acogidos por la familia de los alauitas, descendientes
del Profeta. Un día, un grupo de ellos le pidieron al jefe de la familia, Mulay
el-Kassim, que uno de sus hijos fuera su guía espiritual. Éste, reunió a sus
siete hijos y les preguntó “si alguien te hiciera daño, ¿cómo reaccionarias?”.
Seis de ellos respondieron apelando al honor y a la venganza. Sólo el menor,
Hassan, respondió “yo le haría el bien hasta que mi bien venciera sobre su mal”.
De esta manera y por esta respuesta fue elegido para acompañar a los peregrinos
marroquíes hasta Tafilalet y ser su guía espiritual. Cuatro siglos más tarde,
en 1.666, su descendiente Mulay Rashid sería el primer alauita en reinar en
Marruecos. Hoy la dinastía alauita vuelve a reinar en Marruecos con Mohmed VI.
En 1.979 esta joven ciudad recibió el nombre de aquel primer sultán alauita.
Sobre la arquitectura señalar que
no hay construcciones en altura, que los colores son ocres, que está toda amurallada,
llena de jardines y que es un ejemplo de
urbanismo bien hecho. Dan ganas de quedarse por su armonía aunque la ciudad sea
relativamente reciente.
Después viene Erfoud, la capital
de los dátiles. Son de un tamaño considerable, de piel brillante y te los
venderán en cajas de dos kilos. Muy alimenticios y probablemente el mejor
acompañamiento para un buen té a la menta.
Te ofrecerán jarabe de dátil, mil
y un medicamentos naturales a base de dátil que curan casi todas las
enfermedades y café hecho con huesos de dátil tostados. El vendedor con una sonrisa te dejará
caer que “los dátiles son la viagra de los bereberes”.
En octubre se celebra en la
localidad la Feria Internacional del Dátil pero no es fácil concretar si cada
año eligen a una reina del dátil.
Al final llegarás al oasis de
Merzouga que es a donde querías ir, a donde empiezan el desierto y las dunas
del Erg Chebbi. Detrás la nada, la inmensidad del desierto.
Te contarán que las dunas son el
castigo de Dios a los habitantes del oasis cuando hace muchos años rehusaron
acoger a una mujer y a sus hijos mientras celebraban una fiesta. Una gigantesca
tormenta de arena cubrió al pueblo para siempre. Dicen que de vez en cuando se
oyen gritos del fondo de las dunas. Son los antiguos habitantes que piden
perdón.
Deberás alojarte en “Alí, el
cojo” (www.alielcojo.com) que es donde
se alojan los españoles. No hay lujos,
pero no falta nada y te encontrarás como en familia. Te informarán de todo y te
organizarán lo que quieras pero sin agobiarte. Si tienes suerte hasta podrás
desayunar pan con tomate y jamón que deberás cortártelo tú de una esplendida
pata que preside el comedor desde primera hora de la mañana hasta que se acaba.
Las cervezas o el vino te los tendrás que traer en el coche. Ellos ponen la
nevera.
Cada vez que les des prisa te
contestarán “Un hombre con prisa es un hombre muerto” lo que en el desierto
probablemente sea verdad.
Tendrás que subir a lo alto de
una duna para ver el alba o la puesta de sol. En poco rato descubrirás todas
las gamas de colores desde el rojo hasta el ocre. Una auténtica sinfonía
cromática en silencio y en medio de la inmensidad. Cruza los dedos para que no
haya nubes en el horizonte que estropeen el espectáculo.
Podrás ir en camello o pernoctar
en una jaima. Pero te aviso, también es un paraíso para los motoristas y el
ruido de las motos pueden romper el encanto.
Y si es en verano, te recomendarán
los baños de arena. Consisten en enterrarte de cintura para abajo o más si te
atreves, en la arena caliente. Tú decides cuanto tiempo. Y luego te cubrirán
con una manta y deberás beber mucho té a la menta. Esto varias veces al día y
durante tres días explican que es ideal para el reúma e incluso para adelgazar.
Para el regreso ten cuidado.
Alguien con buena intención te sugerirá que regreses por Marrakech y salvo que
tengas varios días o te guste mucho conducir, harás bien en evitarlo porque te
encontrarás con más 120 kilómetros de curvas para cruzar la inmensa y tortuosa
cadena montañosa que es el alto Atlas.
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