El año 2011 fue “el
año de la primavera árabe”. Un fenómeno social y político que surge a raíz de
la muerte del joven diplomado de 26 años Mohamed Bouazizi, ocurrida el día 4 de
enero, como consecuencia de las lesiones producidas al prenderse fuego en
protesta por la situación de injusticia y el sentimiento de rabia provocados
por la agresión abusiva e injustificada de la policía al atacar su pequeño
negocio de vendedor ambulante con el que intentaba ganarse la vida.
El movimiento de protestas populares se
transforma en una verdadera revolución que, con la neutralidad del ejército,
consigue el derrocamiento del Gobierno y el fin del régimen del Presidente de
Ben Ali que llevaba 23 años en el poder.
En Argelia se produce en enero una ola de intentos de inmolación, al
igual que había sucedido en Túnez, que se llevará por delante al Gobierno del
Presidente Bouteflika.
En Egipto se inicia el movimiento de protesta
el 25 de enero con concentraciones masivas en la plaza Tahrir que, después de
numerosos episodios de violencia, llevaran a la dimisión del Gobierno y, con
posterioridad, a la sustitución del presidente Moubarak al frente del Estado.
En
Libia el 19 de febrero se inicia el levantamiento contra el régimen de Gaddafi
que finalizará con su caída y el asesinato del presidente.
En
Siria están en ello.
Entre
sus causas probablemente están las condiciones económicas muy difíciles que
condenaban a gran parte de la población a vivir en los umbrales de la pobreza,
la falta de expectativas personales y profesionales de los jóvenes,
especialmente de los diplomados universitarios, una creciente conciencia de los
privilegios y corrupción que caracterizaban la vida política y económica, una
fuerte restricción de las libertades y los derechos políticos por los regímenes
autoritarios y la influencia de las redes sociales y de la televisión en la
difusión de la información.
La “primavera árabe”
está considerada como la primera gran oleada de protestas de carácter laico y democrático en los países
musulmanes del siglo XXI y hay quien quiere ver un paralelismo con la situación
creada en el este de Europa con la desaparición de la Unión Soviética y la
caída del muro de Berlín.
Lo sorprendente es
que fue un movimiento fundamentalmente urbano y laico que llevó a unas
elecciones que ganaron los partidos islamistas porque eran las únicas
organizaciones vertebradas que venían supliendo las carencias públicas en
materia de sanidad, educación y servicios sociales, con fuerte implantación en
el ámbito rural y en los barrios pobres.
Ahora es la hora de
la verdad, los partidos islámicos perderán su aureola con la nada fácil gestión
de gobierno pero es su gran oportunidad para demostrar que son capaces de
conectar con la población y construir un modelo social distinto, más justo y
más solidario. Además en Europa estamos en horas bajas, nuestro modelo se está
desmoronando y surgen dudas de que somos el ejemplo a seguir. Ellos están
buscando su camino.
El riesgo, el gran
riesgo está en las fuertes expectativas creadas por la primavera árabe entre la
población y la posible frustración por la
falta de resultados. Solo el transcurso del tiempo nos dará la respuesta.
Marruecos no es ajeno
a la primavera árabe pero tuvo la suerte de coincidir con las transformaciones
que se habían iniciado con el acceso al trono de Mohamed VI y que se vieron
reforzadas e impulsadas por lo que estaba pasando en la región.
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